lunes, 2 de noviembre de 2009

Las mentiras de internet

Qué lejos estamos del primer mundo. Si el planeta es una aldea global de pitufos conectados por bluetooth, como predijo Marshall McLuhan luego de desayunar con ginebra Bols, nosotros todavía andamos con los cables recubiertos de tela. Porque no por estar integrados al hueveo intercontinental que propone internet, nos podemos considerar militantes del comunismo virtual que propone la igualdad de pelotudez entre un universitario con acné, una ama de casa desesperada y un empresario exitoso con tratamiento frecuente en el Boston Medical Group.

Es cierto que la conexión interpersonal que nos ofrece la red de redes, te permite entrar al baño de cualquier gorda para mirar fascinado cómo se depila la pantorrilla con un tramontina untado en jabón blanco. Es verdad que tenés la posibilidad de desquitarte del hijo de puta de tu jefe, ensuciándolo con una cadena "anónima" de mails, con fotos de él en actitudes mimosas con un par de travas que recuerden a la pareja de centrales del sorprendente Camerún del `90. Pero estas entretenidas actividades no hacen más que convertirte en dependiente de una pantalla, un teclado y un mouse.

Parecía imposible que el cantautor Roberto Carlos pudiera cumplir su sueño de tener un millón de amigos. Sin embargo ahora, con un simple registro en la comunidad de Facebook, podés tener tantos amigos como quieras... aunque ya no te vas a juntar a tomar un algo, comer un asado o jugar a la rayuela con tus nuevos compinches. Pero sí vas a intercambiar fotos en posiciones dudosas, videos de bloopers de la epoca del Videomatch de mostrador y frases pelotudas que se la tiran de filosóficas.

Aunque parezca la pregunta de una vieja emuladora de Mirtha Legrand, hay que enunciarla igual: ¿Dónde quedaron las relaciones personales?

Las parejas que se forman a través de internet son casos testigos de la deformación mutante de la civilización. No podemos omitir el lado bueno que tiene esta posibilidad para algunos inocentes seres que flotan por la vida imperceptibles, en la vorágine de la cotidianeidad. Comunicarse a través de la pantalla, puede ser liberador tanto para una persona tímida como para un tipo que se siente cómodo tipeando como un galán, sentado en slip y comiendo un chegusán de mortadela.
Pero saltar los distintos niveles de un noviazgo sin tener la oportunidad física de "colocar el amigo", es la principal causa formadora de asesinos seriales de camisa, anteojos y voz aguda.

Internet está lleno de servicios, mediante los cuales, supuestamente, agilizás un montón de trámites para obtener un bien que antes te costaba tiempo, dinero y paciencia. Infindades de rubros se pasean ante tu vista, llevándote a pasar el límite de la tarjeta de tu viejo en boludeces. Amén de todo esto, hay motivos que te excluyen como argentino de disfrutar de los beneficios de internet, a la hora de llevar a lo material aquéllo que se te ofrece en el mundo virtual.

Las transacciones internacionales de dinero a través de sitios especializados para estas tareas, funcionan perfectamente en naciones civilizadas. Por supuesto, en nuestra querida Argentina, estas operaciones son como peces que caen atrapados en redes, y luego son ingeridos por los malvivientes que regulan las leyes castradoras, sacándote más lágrimas que a Guido Suller frente a un plato de milanesas con papafritas.

Pasando en limpio: si pegaste un laburito internacional a través de internet, o a tu blog entraron un par de publicidades, o tenés un pariente compasivo que te quiere enviar unos dólares desde el exterior, seguramente a ese dinero te lo van a depositar en una cuenta virtual. Son sitios seguros, que te dan la posibilidad de manejar el vil metal como mejor se te antoje. Podés comprar una muñeca inflable sin desenmascarar tu Mastercard, o podés depositar tus billetes en tu cuenta bancaria. Esto, si vivieras varios grados más al norte de donde estás sentado ahora. Porque si juntaste 200 dólares en 6 meses, y querés retirarlos para terminar de pagar el radiador del 3CV modelo `76, te vas a encontrar con unos problemitas.

Porque cobrar esa guita es un calvario insufrible. Entre comisiones e impuestos, te van a desnudar. Vas a ver cómo las pirañas te arrancan los pedazos despojándote de lo que a duras penas te ganaste por derrochar tu tiempo frente a la computadora. Y eso, si tenés la divina suerte de cobrarlo alguna vez. Porque en realidad, para el BCRA, si recibís dinero extranjero, es probable que seas un eslabón de alguna mafia prusa que se encarga del lavado de dinero. Así que tu plata probablemente quede estancada inútilmente en tu cuenta, esperando a ser malgastada en un vibrador con mp3 y reconocimiento de voz.

Al final, internet es indignante. Porque es como una zona roja, donde te paseas mirando las vidrieras donde te bailan gordas bigotudas con medias de red y cigarrillos de cenizas largas, pero vos no podés tocar nada. Y te desesperás, sí. Y terminás violentándote, logicamente. Porque si a un perro le mostrás durante un tiempo un hueso, y al final nunca se lo das, te va a masticar el rostro hasta convertirte en el vivo reflejo de Flavia Miller sin maquillaje.

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