miércoles, 21 de octubre de 2009

Una genialidad, por favor


A menudo me encuentro en un momento de ocio incómodo, ese en el que no sé que mierda hacer, porque podría hacer muchas cosas, pero al final no hago nada. Yo lo comparo directamente con la cena de Navidad o Año Nuevo. ¿Para qué tanta comida? Es como si ver tanto pollo, vitel toné, budín de arroz, ensaladas con morrones, peceto y pan, te empachara antes de probar bocado. Y al final, terminás comiendo el puto pollo, que para mí a esta altura es el animal más de mierda que pueda haber creado Dios para comer. Incómodo y aburrido. Y encima, a veces, blasfemamos contra la parrilla al tirarle un pollo. ¡Ése es lugar exclusivo de cuadrúpedos, malnacidos!

Hay un montón de opciones para pasar el rato. Podría leer, mirar una película, jugar al solitario, ver a Rial picando carne de pelotudo, navegar a la deriva por internet sin otro rumbo que la nada misma, o aprender a tocar la mandolina. Pero el vacío interior hace que me quede quieto, casi como taxidermizado.

Entonces, evalúo la posibilidad de un cambio radical. Y trato de ahuyentar los fantasmas que me recuerdan que la mayoría de los íconos que uno admira, ya habían trascendido a mi edad... largamente. Incluso intento olvidarme de aquél ex compañero de la secundaria, que ahora se da la vida del empresario exitoso, que disfruta de todo tipo de favores... todo por herencia, por supuesto.

Me pongo a pensar en algo. Lo que sea que me pueda sacar del agujero de mi patética cotidianeidad. Busco opciones... y las evalúo. Me encuentro con un abanico variopinto de posibilidades. Escribir un libro, componer una canción, pegarla en un negocio, crear una nueva y exótica raza de perros, elaborar una teoría física innovadora, inventar un artilugio tecnológico que salve la vida de miles de emos, afiliarme a un partido político para convertirte en el próximo hijo de puta del siglo...

Recurro a la historia, y recorro la vida de algunos personajes que quedaron inmortalizados por esos momentos de genialidad que los tocaron como una varita mágica. Reflexiono sobre el límite entre el genio y el boludo. ¿Será así, que Dios le da un poco más de masa encefálica a unos que a otros? ¿Es posible que haya personas que vean más allá del plato de comida, un culo y dos tetas?

Después de reventarme varias neuronas, concluyo alegremente, que no existe tal cosa de la genialidad. ¿O acaso creen que al forro de Newton se lo llamaría genio si no hubiera tenido el orto de que una manzana podrida se le cayera en la cabeza? ¿O si el pelotudo de Arquímedes sería recordado si no se hubiese olvidado de cerrar la canilla, antes de rebalsar la bañadera con su cuerpo y salir a la calle en pelotas a gritar "eureka", mientras la mujer lo corría con el escurridor y el trapo para que limpiara el desastre? ¿Y qué me dicen de Sócrates? ¿Eh? Si hubiera habido algún ser con cierto sentido común a su lado, cuando totalmente en pedo pronunció la frase: "sólo se que no se nada", seguramente con un escueto "sos un pelotudo, Sócrates", lo habrían puesto en su lugar, y sólo sería recordado por ser pionero en las relaciones carnales con personas del mismo sexo.

Al final, trato de olvidarme del asunto. Porque dentro de las leyes de Murphy (que no es López), se puede leer una que dice que nunca vas a encontrar eso que buscás. Así que, no busques más, me dije. A la vida hay que fumársela en pipa, y ver que onda. Porque como reza el nuevo anillo del padrino del soccer argentino: "todo llega".

En una de esas, en algún momento de mi recorrido diario, algún murciélago con el radar descompuesto me pegue en la cara y me deje pensando sobre la imperfección de la naturaleza. Esa que nos da y nos quita, con la misma arbitrariedad que usaba Castrilli para cagarse en los jugadores de fútbol.

Chau. Y acuerdense de Toti Pasman, que está peor que todos nosotros... porque todavía la tiene adentro.

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